En 2018, la Iniciativa Europea de Vigilancia de la Obesidad Infantil de la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un estudio en el que se afirmaba que alrededor del 40% de los niños españoles, padecían obesidad o sobrepeso. Esto sitúa a España en el top del ranking, después de Chipre, de países europeos con mayor porcentaje de obesidad infantil. Las cifras son cuanto menos preocupantes.
La Asociación Española de Pediatría define obesidad como un exceso de grasa corporal, aunque afirma que se suele valorar y medir utilizando indicadores indirectos de la masa corporal como el Índice de Masa Corporal (IMC), que resulta de dividir el peso en kilogramos por la altura en metros al cuadrado. Dependiendo del resultado de este índice, nos encontraremos en un estado nutricional u otro.
IMC | Estado nutricional |
Menor que 18,5 | Peso bajo |
18 a 24,9 | Peso normal |
25 a 29,9 | Sobrepeso |
30 o más | Obesidad |
Si extrapolamos esta definición a los niños, obtenemos como resultado la de obesidad infantil, una enfermedad muy común en España. Para a OMS, «es uno de los problemas de salud pública más graves del siglo XXI que está afectando progresivamente a mucho países de bajos y medianos ingresos, sobre todo en el medio urbano». Según datos de la misma organización, en 2016, más de 41 millones de niños menores de 5 años tenían sobrepeso u obesidad.
Causas y consecuencias de la obesidad infantil
La causa principal señalada por médicos y nutricionistas expertos e el tema, es el desequilibrio energético entre calorías ingeridas y gastadas. Es decir, los niños consumen cada vez más alimentos calóricos, ricos en grasas y azúcares y bajos en micronutrientes, vitaminas y minerales, como bollería industrial o alimentos procesados, a la vez que desciende su actividad física y aumenta el sedentarismo, sobre todo en medios urbanos donde el acceso al transporte público está garantizado.
Papel importante juegan también los nuevos modos y estilos de vida de los niños. A menudo escuchamos a nuestros abuelos y padres decir que ellos jugaban en la calle, con una actividad física constante. Ahora el entretenimiento de los más pequeños está en casa, cerca del ordenador, la consola y el móvil cuya consecuencia más inmediata es el sedentarismo. Que los padres se encarguen de llevarles (en coche por supuesto) a natación, ballet o fútbol dos horas a la semana no es suficiente.
El descenso de actividad física y el cambio dietético hacia alimentos hipercalóricos no son los únicos motivos o causas de la obesidad. La OMS advierte que se trata de un problema social, y que por eso hay que enfocarlo desde una perspectiva mucho más amplia. El problema no es solo del niño. Es de toda la industria alimentaria, que ofrece alimentos cada vez más insanos; es de la planificación urbana y de transporte, que promueve el continuo uso de medios automovilísticos en detrimento de la actividad física; también de las políticas de educación, muchas veces insuficientes e incluso inexistentes y poco adaptadas a los niños, etc.
Realmente no somos conscientes de las consecuencias que la obesidad infantil o el sobrepeso pueden acarrear para los más pequeños de la casa. Los niños no solo tenderán al sobrepeso en su edad adulta, sino que aumentarán sus probabilidades de padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes, trastornos del aparato locomotor o ciertos tipos de cáncer como de mama, colon o endometrio. En los casos más graves, la obesidad infantil también se asocia a «una mayor probabilidad de muerte y discapacidad prematuras en la edad adulta» según la OMS.
Prevención, educación y soluciones
No obstante, no hay que alarmarse pues la obesidad infantil es una enfermedad que se puede prevenir, y también curar. Como hemos dicho anteriormente, la cuestión es más compleja de lo que parece. Un niño no tiene las herramientas suficientes para identificar las consecuencias que sus comportamientos alimentarios pueden tener a largo plazo. Por ello necesitan ayuda, atención y sobre todo educación al respecto de este problema. Charlas en colegios, talleres con familias a la hora de hacer la compra, fomento de actividades deportivas, incluso incorporar la educación nutricional a alguna de las asignaturas impartidas en los colegios son iniciativas para prevenir el problema y concienciar no solo a los niños, sino también a las familias.
Por parte de las autoridades políticas también se necesita un compromiso. La creación de entornos saludables en los que sea posible la práctica de actividades físicas al aire libre, gratuitas y sin contaminación o el aumento de la carga fiscal a algunos productos ultraprocesados o con alto contenido en azúcares son solo algunas de las medidas que se pueden tomar para revertir esta situación.
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